A Z U L M E T A L I C O
Creo que debemos hablar, comentó la dulce
Lluvia.
Lluvia había visto
crecer sus delirios por muchas noches, ya no sentía placer al ser penetrada por
los señores Influyentes y los Generosos.
Respondía únicamente al
particular brillo de las cosas cuando uno no duerme bien y a los sonidos de los
autos cuando llenan sus culos de un denso smog y al pésimo audio de los videos
por celular.
Lluvia y yo éramos amigas, nacimos en lo que ahora es un
gran latifundio de drogas; antes se llamaba La Cuesta de Las Comadres.
Pintaba sus hebras de
cabello de un colorado de ocaso y cubría sus pechos con una tela que la hacía
de frazada; también sus piernas, cuando nos subíamos a la combi de las cinco y
media.
Huimos de La Cuesta
de Las Comadres después de que me
embaracé de Néstor. En la capital, aborté al niño apretando las piernas cuando
salió el cuerpo; así la cabeza quedó dentro y quietecito durmió en una bolsa de
plástico por Milagros.
Viajamos hasta Mérida
por un gran camión de Lechugas que tomamos en La Merced (por el mes de Abril de
este año). Conseguimos un empleo de meseras en el Bar Crucero, cerca de la
iglesia de San Cristóbal, ahí los olores podía durar hasta por tres días en la
ropa.
La primera vez que los
dedos fríos tocaron mi pierna sentí una asquerosa y placentera confusión.
Terminé ganando 75
pesos porque me llevaron a un motel cercano. Fue rápido y fácil.
Lluvia en cambio cada
día sus ojos tristes se perdían como un rió de agua podrida.
Lluvia viste de un
piscis débil—un pajarillo— y lleva mis
pantaletas, está con los brazos fuertemente cerrados, el hocico con la lengua
por fuera, aprieta sus manos frente a su vientre mientras recibe puñetazos en
su pálido rostro.
El cuarzo verde de sus
ojos se infla como un globo de feria.
Se manchan de sangre;
explotan.
Su boca recibe lo peor,
parece como aplastar una rosa.
APRETAR LA ROSA (SU
NECTAR DE SANGRE).
El voltea su cuerpo la
pone boca abajo y la embiste hasta abrirla como un pozo oscuro.
Corren hilos de plata
escarlata por su cara manchando la colcha lavanda.
Embiste, rompe,
alimenta.
Traga y vierte alcohol,
introduce la botella, la rompe.
Tuvo que doblar su
cuerpo como leña para meterla en el taxímetro.
Después de pasar las
llantas encima su cuerpo huele a morado; huele a limón. Huele a bebé.
Como un segador
arrastra sus cuerpos sin olor.
Sobre el verde pasto de
la plaza queda un periódico que ha doblado la noticia.
Y el día se nubla,
lloviendo azul.
Azul metálico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario