martes, 15 de mayo de 2012

A Z U L M E T A L I C O


A Z U L  M E T A L I C O

 Creo que debemos hablar, comentó la dulce Lluvia.
Lluvia había visto crecer sus delirios por muchas noches, ya no sentía placer al ser penetrada por los señores Influyentes y los Generosos.

Respondía únicamente al particular brillo de las cosas cuando uno no duerme bien y a los sonidos de los autos cuando llenan sus culos de un denso smog y al pésimo audio de los videos por celular.
Lluvia y yo  éramos amigas, nacimos en lo que ahora es un gran latifundio de drogas; antes se llamaba La Cuesta de  Las Comadres.
Pintaba sus hebras de cabello de un colorado de ocaso y cubría sus pechos con una tela que la hacía de frazada; también sus piernas, cuando nos subíamos a la combi de las cinco y media.
Huimos de La Cuesta de  Las Comadres después de que me embaracé de Néstor. En la capital, aborté al niño apretando las piernas cuando salió el cuerpo; así la cabeza quedó dentro y quietecito durmió en una bolsa de plástico por Milagros.

Viajamos hasta Mérida por un gran camión de Lechugas que tomamos en La Merced (por el mes de Abril de este año). Conseguimos un empleo de meseras en el Bar Crucero, cerca de la iglesia de San Cristóbal, ahí los olores podía durar hasta por tres días en la ropa.
La primera vez que los dedos fríos tocaron mi pierna sentí una asquerosa y placentera confusión.
Terminé ganando 75 pesos porque me llevaron a un motel cercano. Fue rápido y fácil.
Lluvia en cambio cada día sus ojos tristes se perdían como un rió de agua podrida.
Lluvia viste de un piscis débil—un pajarillo  y lleva mis pantaletas, está con los brazos fuertemente cerrados, el hocico con la lengua por fuera, aprieta sus manos frente a su vientre mientras recibe puñetazos en su pálido rostro.
El cuarzo verde de sus ojos se infla como un globo de feria.
Se manchan de sangre; explotan.
Su boca recibe lo peor, parece como aplastar una rosa.
APRETAR LA ROSA (SU NECTAR DE SANGRE).
El voltea su cuerpo la pone boca abajo y la embiste hasta abrirla como un pozo oscuro.
Corren hilos de plata escarlata por su cara manchando la colcha lavanda.
Embiste, rompe, alimenta.
Traga y vierte alcohol, introduce la botella, la rompe.
Tuvo que doblar su cuerpo como leña para meterla en el taxímetro.

Después de pasar las llantas encima su cuerpo huele a morado; huele a limón. Huele a bebé.
Como un segador arrastra sus cuerpos sin olor.
Sobre el verde pasto de la plaza queda un periódico que ha doblado la noticia.
Y el día se nubla, lloviendo azul.
Azul metálico.



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